NFT, neoliberalismo tech
The Alchymist, In Search of the Philosopher’s Stone, Discovers Phosphorus, and prays for the successful Conclusion of his operation, as was the custom of the Ancient Chymical Astrologers, by Joseph Wright of Derby, now in Derby Museum and Art Gallery, Derby, U.K.
La narrativa -y el hype- en torno al blockchain[1] se ha construido sobre una montaña de especulación financiera. Consecuentemente con ello, durante las últimas semanas pareciera que todo tiene que ver con los NFT, el acrónimo para los denominados non fungible tokens. La atención llega, en buena parte, por el rentable entinglado montado por la NBA para monetarizar videos y memorabilia digital. En parte, mainstream del mundo del arte se ha visto convulso por la cantidad de dinero involucrado en la venta de dudosas obras de arte digital.
Como quiera que fuese, el revuelo tiene que ver menos por la tecnología que por la oportunidad de monetarizar todo lo que esté a nuestro alcance, algo muy propio de nuestros tiempos.
El otro elemento propio de nuestros tiempos es el desconocimiento de cómo funciona la tecnología. O, dicho de otro modo, el desdén de entender el razonamiento de los comandos y algoritmos que hacen posible tecnologías digitales, especialmente aquellas novedosas. Y bueno, especialmente aquellas que, como si se tratara de pócimas alquímicas, prometen convertir procesamiento en dinero. O el equivalente al dinero.
No, los NFT no son propiedad de algo #
Hablar de NFT es hablar de crypto y de blockchain, pero también en parte de economía política. Como dice Andrés, lógicamente esto supone muchísima confusión. La relación entre un blockchain y algo -como una obra intelectual, una pintura, una canción o un tuit– es la que existe entre esa cosa[2] y un recibo, un comprobante que indica que esa cosa es una versión firmada de la cosa. El recibo, es decir el NFT, no es la cosa.
Son una versión firmada. Es decir, es una versión específica de una cosa. El NFT de este Nyan Cat fue vendido en el equivalente a cerca de $600.000 dólares estadounidenses. No fue vendida la imagen ilustrada del gato de colores, sino una versión digital de ella. Una reproducción especial, que lleva asociado un código específico y único en el recibo. Es eso lo que se comercia.
Son una versión de la cosa. Una de las gracias de todo esto radica en que, para algunos, los NFT crean escasez artificial. Crean copias especiales de una cosa. Pero, pese a todo lo especial que pueda ser, no son la cosa misma. Son versiones específicas que para algunos puede generar especial valor. Un poco absurdo, pero es la misma lógica que parece haber con la venta de artículos coleccionables únicos. Como la camiseta que utilizó un futbolista conocido. Claro que, en este caso, estas versiones especiales no son distintas de ninguna de las otras versiones especiales que circulan.
25% environmental impact tax on bitcoin NOW !
— d҉r҉ ҉n҉i҉e҉l҉s҉✊🏽🖤🎱♠️ (@nielstenoever) March 15, 2021
Hasta acá estamos hablando de sofisticadas construcciones algorítmicas para resolver un problema que no es del todo claro. De hecho, uno de los desafíos que ha tenido hasta ahora el blockchain es que parece ser una complicada solución en búsqueda de un problema, y no lo contrario.
Pero para ciertos guaripolas del blockchain, se trata ni más ni menos de la construcción de una infraestructura tecnológica descentralizada que permitiría funcionar ciertos mercados de manera más eficiente y sin el molesto rol que nuestras sociedades le han dado a los gobiernos o instituciones financieras.
Pero, de ser cierto, este es un futuro que se construye a cambio de un brutal consumo energético. Por ejemplo, de acuerdo al Bitcoin Energy Consumption Index, la energía que el mundo consume en computadores enchufados procesando bitcoins es equivalente al consumo total de Chile.
Esto no debiera ser una nota al pie. De hecho, me parece que es una triste demostración de la escasa conexión entre el desarrollo tecnológico digital actual y los beneficios -para el medio ambiente, para nuestra privacidad o para nuestras democracias- que debieran aportar a la sociedad.
Los NFT son, de alguna forma, una manifestación extrema y angustiante de lo anterior, que no es sino una forma extrema de neoliberalismo tecnológico. Donde la innovación en realidad se trata de la creación de nuevos espacios para el disfrute y especulación de millonarios de turno a costa de nuestro medio ambiente y regulación.